A cargo de María Victoria Moreno Arribas.
Vicepresidenta Adjunta de Áreas Científicas del CSIC.
Presidente de la Asociación Española de Científicos (AEC), autoridades, socios, galardonados, amigas y amigos, quiero agradecerles la oportunidad de poder participar en este acto que me causa una gran ilusión y, especialmente, en nombre de nuestra institución, el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), agradecer esta distinción a una de nuestras investigadoras más destacadas y reconocidas, la profesora Margarita del Val Latorre.
Margarita del Val es Doctora en Ciencias Químicas por la Universidad Autónoma de Madrid (UAM). A lo largo de su vida profesional, siempre ha trabajado con virus. Bajo la supervisión del profesor Dr. Eladio Viñuela, realizó su tesis doctoral sobre la biología molecular de los virus de la peste porcina africana, explorando su potencial para formar parte de una vacuna. Este fue ya entonces un difícil desafío científico que, incluso 35 años después, permanece sin resolver.
Durante su estancia posdoctoral de cinco años con el profesor Dr. Ulrich Koszinowski en Tübingen y en Ulm, en Alemania, evolucionó al estudio de la respuesta inmune frente a las infecciones virales. De vuelta a Madrid, inició su propio grupo de investigación en Inmunología Viral como investigadora del Instituto de Salud Carlos III, en el que trabajó durante 15 años y, posteriormente, su grupo se trasladó al Centro de Biología Molecular Severo Ochoa, centro mixto del CSIC y la UAM, en el que ha orientado la mayor parte de su trayectoria hacia el estudio de la respuesta inmune frente a patógenos e infecciones virales.
Su labor investigadora ha revertido a la sociedad de varias formas: ha sido representante de España en la Agencia Europea del Medicamento, EMA, es experta asesora de la Comisión de Vacunas de la Comunidad de Madrid, Académica de la Real Academia Nacional de Farmacia y ha sido Vocal de la Junta de Gobierno de COSCE.
Pero, además de por su destacada carrera científica, este reconocimiento que hoy se le concede tiene un sentido muy especial. Con una presencia casi diaria en los medios, Margarita ha sido una de las principales voces científicas durante la pandemia COVID-19 que ha puesto su conocimiento al alcance de todas las personas, de todas las instituciones y de todos los medios de comunicación.
La comunicación sobre la pandemia se inició el 9 de marzo de 2020 con un largo mensaje de whatsapp explicativo de la grave situación, que alcanzó unas 80.000 visitas en las primeras 24 horas; su alcance fue excepcional, se difundió también por Twitter y alcanzó Latinoamérica.
También en este momento se embarcó en una de las acciones de investigación más ambiciosas que se han desarrollado en la historia del CSIC, la coordinación de la Plataforma Salud Global que impulsamos para abordar la pandemia desde todos los puntos de vista de la investigación: la evolución genómica del virus y la recopilación de datos a partir de hospitales de toda España y secuenciados y analizados por el CSIC en colaboración con otras entidades, la elaboración de vacunas, búsqueda de antivirales, diseño de mascarillas, análisis de aguas residuales, detección del virus en los hospitales y en otros lugares públicos, propagación de la pandemia y sus efectos sociales.
Este esfuerzo colectivo de más de 300 grupos de investigación, tras un año desde su creación, se ha convertido en un instrumento de transformación tratando de impulsar hacia empresas y hospitales los desarrollados alcanzados, algunos ya comercializados.
Durante todos estos meses, Margarita ha concedido más de 300 entrevistas en radio, más de 400 en televisión y más de 50 en prensa impresa y digital, apareciendo en más de 1.000 noticias en prensa, todo ello en más de 100 medios de comunicación diferentes.
Otra manera de llegar a diversos públicos, para proporcionales información contrastada y actualizada sobre de la pandemia, ha sido las más de 150 presentaciones en diferentes ponencias, coloquios o debates en foros científicos: conferencias a empresas; en el ámbito sanitario; a profesionales de la comunicación; a autoridades, incluyendo la Casa Real, el Presidente del Gobierno, Parlamentarios y Embajadas; a fundaciones, asociaciones y centros culturales; a adolescentes, jóvenes, residencias y ONGs; a Universidades y entidades de investigación.
Hemos sido muchos los que hemos compartido la compañía de Margarita durante todos estos meses, incansables sesiones diarias de trabajo, momentos emotivos y, también, tremendamente complejos y agotadores, y en los que siempre he sentido su talento, su increíble capacidad de trabajo sin perder, en ningún momento, la perspectiva, y su formidable compromiso social.
Estoy convencida de que este esfuerzo ha contribuido, al menos en parte, a cuanto hemos visto que ha cambiado la sociedad tras esta pandemia y el papel de la Ciencia en la misma.
Mi más sincera enhorabuena a Margarita. Quiero trasmitirle el agradecimiento de la sociedad, el agradecimiento institucional, y también mi agradecimiento personal.
Mis felicitaciones a la AEC por la iniciativa de este entrañable acto anual y a todos los galardonados de esta edición 2021, con una mención muy especial al Museo Nacional de Ciencias Naturales del CSIC, también distinguido en esta edición. Muchas gracias.
Queridos amigos y colegas, en primer lugar, agradezco a la Asociación Española de Científicos (AEC) que aprecie con sus Placas de Honor tantos aspectos diversos del valor de la investigación y la ciencia para la sociedad. Aprovecho para felicitar a los demás premiados.
Yo me siento muy honrada con la distinción que se me otorga. Creo que es un reconocimiento al papel que me ha tocado en este último año y medio. Cuando la peor crisis en salud del último siglo te cae tan de cerca en la experiencia de toda la vida, los virus y la enfermedad que causan, y su solución que es la inmunidad y las vacunas, es fácil sentir la responsabilidad de aportar lo que se pueda.
Desde el principio percibí que, igual que a mí, a mucha gente le tranquilizaba entender lo que pasaba, con lo terrible que era, y por eso intenté explicarlo, aportando mi granito de arena. Ha supuesto un buen esfuerzo, no solo de comunicar comprensiblemente, sino por la energía necesaria para estudiar las novedades científicas, evaluarlas con rigor, intentar entender, aprender, destilar la información, proyectarla hacia el presente y el futuro y transmitirla como necesitaba la sociedad.
Aprovecho en este punto para agradecer todo el apoyo de mi familia, Enrique y Pablo, de mi equipo de investigación, Luis y Elena, de mis colegas investigadores de la Plataforma de Salud Global del CSIC y demás, del equipo de prensa y de los responsables del CSIC.
Al transmitir el conocimiento científico, ha habido momentos de especial responsabilidad, como con los efectos adversos muy infrecuentes de las vacunas. Entre todos, hemos logrado alcanzar la situación que ahora tiene España, envidiable para muchos países incluso europeos.
Es envidiable la madurez, la sensatez, la responsabilidad y la solidaridad que ha demostrado la sociedad española. Es muy loable en especial la actitud de los jóvenes que, en esta sociedad tan conectada entre generaciones, durante un año y medio han hecho sacrificios no por beneficio propio, sino para proteger a los demás, como integrantes maduros de la sociedad.
Es importante percibir que España está en buena situación para dirigirse a la normalidad (con cautela, porque la pandemia no ha pasado), porque la ciencia le ha dado la vuelta totalmente a la situación con las vacunas. Y, especialmente, porque se han vacunado los más vulnerables, los mayores de 60 años, en un porcentaje elevadísimo y significativamente superior a muchos países europeos. Fijaos que, en este momento, el riesgo, medido como el porcentaje de vulnerables sin vacunar, es unas 10 veces superior en la media europea que en España.
En analogía con la situación en España, el planeta podrá volver con cautela a la normalidad solo cuando vacunemos a los países más vulnerables. Espero que colaboremos lo máximo posible facilitando el flujo de dosis de vacuna a otros países.
Además, para mí ha sido importante dar visibilidad social a las mujeres científicas ejerciendo su labor como tales, que se vea que disfrutamos de nuestra profesión, que podemos ser valiosas para la sociedad. La sociedad del futuro necesita a todas y a todos, y no podemos perdernos a las chicas que ahora no se atreven con carreras científicas y tecnológicas, que predominarán entre las futuras profesiones. Necesitamos que su entorno y sus familias las entiendan y las apoyen, y no las cuestionen repetidamente, que eso es lo que nos hace abandonar.
Me siento la cara visible de otros científicos y científicas que también han contribuido mucho en la pandemia, pero que lo han hecho más silenciosamente. La ciencia con mayúscula, de todos los campos del saber, y con los conocimientos acumulados por décadas, nos permite generar las vacunas y tratamientos, conocer la transmisión por aerosoles, protegernos antes y mejor, ayudar a sectores especiales de la población.
Por eso, en mi labor de comunicación he querido compartir qué es la ciencia, para que la conozcáis, la valoréis, la apoyéis. Porque como sociedad y como científica percibo que la necesitamos mucho para estar mejor preparados para el futuro. Una sociedad más informada y con más conocimiento científico es una sociedad más sólida, más culta y más libre.
Margarita del Val Latorre.
Investigadora científica del Centro de Biología Molecular Severo Ochoa.
A cargo de Juan José Ruiz Martínez.
Rector de la Universidad Miguel Hernández de Elche.
En primer lugar, permítanme felicitar a las científicas y científicos premiados: Margarita del Val, José Ángel Pérez, Fernando Pliego, José Manuel Bautista, y a InfoRUVID y el Museo Nacional de Ciencias Naturales de Madrid. Enhorabuena y gracias por vuestra contribución a la ciencia y a su difusión.
El presidente de la Asociación Española de Científicos (AEC), mi buen amigo Manuel Jordán, me pidió hace unos meses que hiciese la presentación o Laudatio de otro buen amigo: José Ángel Pérez Álvarez.
Ciertamente, es un gran honor para mí, porque como he dicho antes, José Ángel es un buen amigo y, además, compañero de universidad, campus y escuela; e incluso de equipos de dirección.
José Ángel es Licenciado en Farmacia, Máster en Ciencia e Ingeniería de Alimentos y Doctor Ingeniero Agrónomo. Comenzó su andadura como profesor de Tecnología de Alimentos en los inicios de la UMH. Ha impartido docencia en los grados de Ciencia y Tecnología de los Alimentos y de Biotecnología, y en varios cursos de doctorado y máster. Desde el año 2010, es catedrático de universidad.
A su extensa trayectoria docente hay que añadir su labor en gestión como coordinador de la Licenciatura en Ciencia y Tecnología de los Alimentos, director del programa de doctorado de Ciencias y Tecnologías Agrarias y Alimentarias y vicerrector adjunto de Investigación con competencias en doctorado, recursos bibliográficos y el campus de Excelencia HABITAT5U. Actualmente es el director de la Cátedra Palmeral de Elche.
A todos los méritos anteriores, hay que unir su más que brillante carrera investigadora. Es autor de 188 artículos, 135 publicaciones en el Q1, con 10.464 citas en 8.247 documentos, índice h: 66 Top SciVal Topic (áreas de investigación especializada del autor en Scopus desde 1996). Tiene cuatro tramos de investigación reconocidos por el Ministerio, ha dirigido 17 tesis doctorales, algunas de ellas reconocidas con el premio extraordinario de doctorado y mención internacional.
Sus artículos tienen más de 500 citas en revistas como Food Research International, Journal of Food Science, Food Chemistry y Comprehensive Reviews in Food Science and Food Safety.
Desde 2016 está considerado por la plataforma Clarivate Analytics (Thomson Reuters) como Investigador Altamente Citado, siendo en 2016 el único profesor de universidad española en el campo de la Agricultural Sciences. Este mismo reconocimiento ha sido obtenido en el periodo 2017-2021. En el ranking de la Universidad de Stanford, forma parte del 2% de los investigadores más citados del mundo en 2020.
En el campo de la difusión científica, ha sido director de los Programas Salud y Bienestar a través de la alimentación, Retos en las Ondas, Discapacidades Invisibles y RadioUMH, con la que colabora en programas de acercamiento de alumnos de Ciencia y Tecnología de Alimentos a los medios de comunicación. Ha colaborado en el programa de radio Onda Universitaria de Radio Nacional y Comando Actualidad de Radio Televisión Española.
Ha dirigido varios Cursos de Verano y de Invierno del programa de Extensión Universitaria de la UMH y comparte la paternidad de los concursos INNOBIOTEC y NEW FOOD EPSO UMH.
Colabora como asesor científico en la Fundación UMH, en la Red de Expertos del Parque Científico UMH del área de Tecnología de los Alimentos.
Forma parte del comité científico que elabora la propuesta para la Declaración de la Paella como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad ante la UNESCO y colabora como director de talleres de la Semana de la Ciencia en Elche FECITELX.
Ha realizado varios cursos en las Universidades panameñas de Coclé, Santiago de Veraguas y Chiriquí, Universidad italiana de Téramo, Universidad Nacional de Colombia, Nacional del Litoral y Universidad Nacional de Entre Ríos en Argentina.
Colabora como asesor científico tecnológico del grupo TECNAS, del Centro de Investigación y Alimentación y Desarrollo A.C. CIAD-CONACYT de Sonora, México y Universidad del Atlántico en Colombia.
Además de todo lo anterior, cabe destacar su no menos importante faceta como emprendedor, pues es socio fundador de la Empresa de Base Tecnológica INNOFOOD y de la Empresa Gluten-free fibers.
Ha sido distinguido con varias menciones especiales y premios en su carrera, al que tendrá que añadir éste.
En resumen, el catedrático José Ángel Pérez Álvarez es uno de los científicos españoles con mayor relevancia a nivel internacional. Sus aportaciones en el campo de la Tecnología de alimentos le hacen sobradamente merecedor de cualquier galardón.
Pero, bajo mi punto de vista, y más allá de todos sus logros en investigación, creo que lo que le caracteriza y valora más es su faceta de divulgador. Ha puesto tanto empeño en investigar como en dar difusión a la ciencia, acercándola incluso a estudiantes de cursos de primaria, como he mencionado anteriormente en la Semana de la Ciencia de Elche.
Su vocación como divulgador es un reflejo de la generosidad de su persona. Su deseo de compartir la ciencia, de contagiar su ilusión a los demás, a los futuros científicos, es una labor que muchas veces no se valora adecuadamente.
Yo, hoy, aquí, quiero poner en valor toda tu carrera y sobre todo agradecerte que hayas sido un compañero generoso, humilde, y con vocación de servicio a los demás. Has dejado huella en todos y cada uno de los puestos que has desempeñado: tu forma de trabajar, tu cercanía y siempre buen carácter.
Estimado Señor Presidente, Secretario y Junta Rectora de la Asociación Española de Científicos (AEC), autoridades académicas y políticas, compañeros galardonados, compañeros y amigos del equipo de Investigación Industrialización de Productos de Origen Animal (IPOA), familiares y amigos aquí presentes, y aquellos que por diversos motivos no me han acompañado el día de hoy y que les hubiese encantado estar hoy aquí y, cómo no, a los que no están ya presentes, pero que siguen estando en nuestros pensamientos.
Muchísimas gracias por la hermosa y sentida Laudatio que me has brindado Juanjo, compañero, amigo y Rector de mi querida Universidad, la Universidad Miguel Hernández (UMH) de Elche.
Es difícil hablar en este momento, cuando compartes esta gala con importantísimos compañeros científicos y con unas experiencias científicas increíbles y que, por ellas, reciben hoy su merecido reconocimiento. Así que entenderán que se me agolpan las vivencias y pensamientos del por qué estoy hoy aquí, en este hermoso y muy emotivo evento. Cada uno de los galardonados tenemos una experiencia vital distinta, pero con un denominador común, nuestro amor por la ciencia.
Hablar de ciencia en España se me hace francamente difícil porque hay sentimientos muy encontrados: primero, porque soy de los afortunados que lo pueden hacer y disfrutar, no sin dejar de mencionar que nos ponen una franca carrera de obstáculos de toda índole y que, en mi opinión, la investigación es el pariente pobre de los presupuestos del estado. Si hay que recortar, recortemos a los investigadores, que con poco se conforman y, si dejan de investigar, pues como que no pasa nada.
Seguramente estaré muy equivocado, pero después de 34 años, no he visto una política de estado, meridianamente clara con respecto a la investigación. Cuando hay alguien del gabinete que lo hace bien o aceptable, lo quitan de ministro. Espero que la pandemia despierte en los gobiernos la necesidad imperiosa de que se invierta mucho más en ciencia y tecnología; como ejemplo tenemos las vacunas contra el COVID-19.
El estado debería apoyar de forma decisiva la investigación y no ponernos obstáculos que más parecen que nos dificulten o desmotivan de pedir proyectos o subvenciones de investigación. A modo de ejemplo, y que seguro más de uno esbozará una leve sonrisa, proyectos que se piden en enero-marzo y se resuelven a finales de noviembre, con el ejercicio económico a punto de cerrar y, para colmo, te has tenido que haber gastado el dinero de todo ese año, sin saber si te concedían o no el proyecto, devolviendo una gran cantidad de dinero al estado. Un despropósito total, pero a pesar de ello, lo hacemos para poder continuar con nuestra pasión, la investigación, y seguir formando a los futuros investigadores de nuestro país.
Un galardón como el que hoy recibo es una gran responsabilidad, más aún cuando soy el primer Tecnólogo de Alimentos en recibirlo. Sirvan estas palabras para brindar un reconocimiento y agradecimiento público a todos aquellos profesionales de la Ciencia y Tecnología de Alimentos que con su esfuerzo y dedicación lograron que en ningún momento de esta pandemia dejásemos de tener alimentos en los supermercados, en las condiciones de mayor higiene y seguridad de la que nunca habíamos disfrutado.
Gracias por conducir a los equipos de trabajo (brigadas) para que se cumplieran las estrictas normas de higiene y desinfección de los distintos ambientes de trabajo. Al igual que otros sectores, vuestra labor ha sido crucial durante toda esta etapa de pandemia, causada por la COVID-19.
La carrera científica requiere de mucho sacrificio, personal, familiar y profesional, Por ello, hoy brindaré un pequeño homenaje a cada uno de ellos, ya que han contribuido y contribuyen a que la labor del científico siga adelante día a día.
En cuanto al equipo de investigación, qué decir: un investigador no trabaja solo y no podría llegar a estos niveles que hoy se reconocen.
Todos los comienzos suelen ser difíciles y con mucho trabajo y sacrificio. Aún recuerdo el primer día en que empezamos a trabajar mi compañera Estrella Sayas y yo en la Universitat Politècnica de València, donde nos dejaron un escritorio para compartir como única «herramienta de trabajo», y luego, cuando llegamos a la Escuela Politécnica Superior de Orihuela, donde, aparte del despacho y un escritorio individual, no teníamos mucho más; es por ello que me gusta decir que empezamos nuestra carrera de investigadores con una mano delante y otra detrás.
Estrella, henos aquí 34 años después. Después de Estrella llegó, ya en la UMH, Juana Fernández, compañera de trabajo incansable, amante de la ciencia, que se convirtió, además, en compañera de vid. ¡Quién nos iba a decir que nuestros destinos se unirían en un laboratorio y que, hasta hoy, seguimos trabajando codo con codo, en los momentos buenos y no tan buenos!
Un reconocimiento especial a Casilda Navarro, con su aporte humanitario a todo lo que hacemos y que nos hace ver la parte humana que tiene la ciencia y que hay que reconocer, que muchas veces olvidamos o no logramos verla con claridad. También a Manuel Viuda, quien en su momento no quería, bajo ningún concepto, trabajar conmigo, y que el destino ha hecho que trabaje también codo con codo en nuestro grupo, un investigador incansable y, además, nos hemos convertido en compadres de Ximena Quetzalli.
Sería injusto de mi parte dejar de reconocer la enorme labor de todos los becarios que hemos formado y que han pasado por nuestro grupo y que, en un momento, dejaron de ser becarios para pasar a ser amigos y que ahora son grandes profesionales de la Ciencia y Tecnología de Alimentos, tanto en España como en el extranjero, gracias, Elena, José María, Luis, Yolanda, Mª Cruz, Raquel, Marcelo, Flavia, Jorge, Jairo, Juan Camilo, Gustavo, Lina, entre otros.
Sin olvidar a nuestra querida Clemencia Chaves de la Universidad de Teramo, amiga fraternal de todos y cada uno de nosotros. Es por ello que, en nuestro caso, se confirma que la ciencia puede crear grandes lazos de amistad y que nunca deberíamos perderlos, es más, deberíamos potenciarlos mucho más. Así que, Estrella, Juana, Manolo, Casilda, este reconocimiento es también de todos y cada uno de vosotros, Gracias.
Otro de los pilares básicos de un investigador es el personal que nos ayuda en todas las labores administrativas, que cada día mas son más tediosas y pareciese que, más que un investigador, se es un administrativo de la investigación. Así que, mi más sincero reconocimiento a los compañeros que imputan facturas, quienes nos revisan los proyectos, quienes nos atienden cuando tenemos dudas, que, en el caso de la UMH, reconozco que son excepcionalmente muy atentos y, sobre todo, cuando nos soportan en el día a día. Gracias Cristina, Maribel, Fernando, Dr. Parra, Maricarmen, Antonio, Paco, entre otros.
La ciencia, sin divulgación, no es ciencia, por ello, debemos potenciar la divulgación de nuestro trabajo y las bondades de la ciencia, no entre nosotros, sino entre la población en general, y en particular, debemos, con nuestro trabajo, despertar vocaciones científicas tanto en hombres como en mujeres, que, en nuestra área de conocimiento, debo mencionar, que son más las científicas que los científicos.
Para muestra un botón: nuestro grupo de investigación. Además, con un altísimo nivel, que hace de España uno de los países mas punteros en Ciencia y Tecnología de Alimentos a nivel mundial. Es por ello que agradezco a todos los compañeros de la UMH en divulgación científica, por cierto, grandísimos profesionales, que nos hacen la labor de divulgación más fácil ante los medios de comunicación y que nos han permitido divulgar nuestro trabajo, tanto en medios de comunicación convencionales como en las redes sociales. Gracias a todos y cada uno de vosotros que formáis la gran familia de la Oficina de Comunicación de la UMH.
Un buen investigador sin una familia que lo apoye incondicionalmente es complicado que pueda desplegar todo su potencial. Independientemente que entienda o no, nuestro trabajo y el «amor» que le tenemos, que en muchas veces es sumamente absorbente y que les resta dedicación a los seres que más queremos, nuestros hijos y pareja. Así que, aprovecho este momento para pedir perdón a los miembros de mi familia, que se han visto relegados en cualquier momento.
En particular a mis hijos por el tiempo que, cuando eran pequeños, no les dediqué: tengo en mi mente el recuerdo de cuando venían y pedían «papi, juega con nosotros» y les decía que no podía y me preguntaban por qué, sin saber realmente qué decirles para que ellos lo entendiesen. Por ello, quiero pedirles perdón. Igualmente, a mi compañera de vida por los momentos más difíciles que hemos pasado y que sin su apoyo jamás hubiese podido superar. Gracias a todos y cada uno de ellos.
No puedo dejar de nombrar a mis padres, referentes de una lucha y sacrificio ejemplar, que me enseñaron con su ejemplo constante, su tenacidad y lucha contra la adversidad que, para conseguir las metas que uno se proponga, hay que superar todos los obstáculos que la vida te pone, con sacrificio y esfuerzo, y que nunca uno debe desfallecer cuando tiene un objetivo claro, que en mi caso era el de ser científico.
Hoy les diría: «papás, aquí estáis viendo el fruto de vuestro esfuerzo y sacrificio. Donde estéis, gracias, aunque en mi corazón, estáis todos los días». Gracias a mi hermana, cuñado y sobrinos, por su apoyo incondicional durante toda la vida y que me ha permitido seguir con mi labor investigadora desde siempre.
Gracias s mi otra familia, la que me acogió como uno más, que nos han ayudado cuando el trabajo no nos permitía llevarnos a nuestros hijos con nosotros y, sobre todo, cuando vinieron los tiempos malos y estuvieron ahí, siendo un gran apoyo emocional para toda nuestra familia; haré una mención especial a los «segundos padres» que tienen a mis hijos en Madrid. Gracias a todos y cada uno de vosotros.
Gracias a mis profesores e introductores a la investigación y que, sin su labor, seguramente no hubiese germinado la vocación científica en mí. Gracias a la Dra. Araceli Sánchez de Corral (QEPD), al Ingeniero José Luis Curiel Monteagudo y a mi director de tesis Doctoral, el Dr. Vicente Aranda Catalá. Todas ellas, personal y profesionalmente, son unas personas increíbles, y a mis amigos que están ahí tanto en momentos de éxito como en los momentos más duros y de zozobra que te da la vida: Maria Rosa, Alfonso, Enrique, Carmen, María Teresa, Xavi, José Juan, Tonia, María José. Gracias.
Por último, y no menos importante, gracias a la institución donde desarrollé mi labor científica. Aquí es donde me siento muy afortunado de formar parte de la UMH, no solo porque la he visto nacer y crecer, sino porque ha pasado de ser una institución pública que nadie conocía, incluso que consideraban privada, a ser un referente internacional en muchos campos, como es el de la Tecnología de Alimentos.
Gracias a todos los equipos de gobierno que hemos tenido porque han sabido buscar el lado más adecuado de cada uno de nosotros, apoyando decididamente la investigación, creando un entorno científico único en el Levante Español y que, en algunos aspectos, viene a ser nuestro modelo de éxito. Que me permitieran, por un periodo, formar parte del equipo de trabajo de la UMH, no solo me ha permitido ver cómo es mi universidad por dentro, sino que también me ha permitido crecer personal y profesionalmente y conocer a la gente increíble que formamos la UMH. He aprendido mucho de cada uno de vosotros, así que, gracias a Jesús, Juanjo, Fernando y Manu.
Por ello, considero que todos los investigadores de la UMH somos unos afortunados y estoy francamente orgulloso de formar parte de este gran equipo de trabajo que formamos todos en la UMH, investigadores, personal administrativo, gestores, comunicadores, equipo de gobierno, etc. y que tan buenos resultados, en lo científico, estamos cosechando. Orgullo UMH.
Muchas gracias.
José Ángel Pérez Álvarez.
Catedrático del Área de Tecnología de Alimentos de la Universidad Miguel Hernández de Elche.
A cargo de María del Carmen Risueño.
Profesora de Investigación CIB, CSIC. Madrid y Vicepresidenta de la AEC
Excelentísimas autoridades, queridos colegas, amigas y amigos.
Como creo que sabréis que mi campo de experiencia son las plantas, y en este foro donde abundan especialistas de salud, medicina o tecnología, quizá las plantas «suenen a bicho raro», permitidme que empiece recordando que «sin plantas no hay vida», que de ellas dependemos en todos los sentidos y que, para mí, es un placer presentaros a un eminente biotecnólogo de plantas, Fernando Pliego Alfaro.
Mi relación con Fernando se inicia de modo tangencial, aunque botánicamente diría de forma adventicia, y fructífera cuando hace ya algunos años (no muchos) tuve la suerte de aprender algo acerca del cultivo (in vitro) de células vegetales que, aunque parezca obvio y fácil (que las plantas se cultivan), exige bastante atención a muchos detalles técnicos y no son células fáciles de modificar o domesticar.
Desde entonces, y por causa de esa disposición natural de Fernando a compartir y enseñar todo lo que le apasiona, no deja de sorprenderme la aparente facilidad con que se mete en ciertos jardines (nunca mejor dicho) para explorar problemas que, en principio, no hay por dónde cogerlos.
Desde la micropropagación de la fresa mediante cultivo de ápices caulinares, su regeneración vía organogénesis adventicia y transformación genética mediada por Agrobacterium tumefaciens hasta el cultivo in vitro de embriones de olivo para inducir floración precoz en plantas de semilla, y posterior forzado de crecimiento de las plántulas, en invernadero bajo luz continua (¡ahí es nada!).
Como eso no era suficiente, ha desarrollado protocolos de micropropagación, mediante cultivo de secciones nodales e inducción de brotes axilares, regeneración vía embriogénesis somática y transformación genética, también mediante Agrobacterium tumefaciens.
Que estos problemas no eran solo fruto de la curiosidad científica por entender la fisiología y la organogénesis vegeta, lo demuestra que todo ese trabajo ha cristalizado, además, en protocolos de micropropagación de árboles resistentes a hongos, protocolos de regeneración vía embriogénesis somática y de transformación genética para estudiar los mecanismos de tolerancia a Rosselinia necatrix, el hongo fitopatógeno que pudre y destruye las raíces y arruina cultivos y esfuerzos.
Muchos de estos detalles son demasiado técnicos y cuesta imaginar el rompecabezas y el desafío que supone manipular y modificar plantas sobre las que hay una información genética fragmentaria y en las que no hay recetas previas que garanticen los resultados.
Es la ley de Murphy: si en el olivo algo puede salir mal, saldrá mal, hasta que Fernando lo arregle. Sólo a base de paciencia y tolerancia a la frustración se consigue trabajar así durante años y mantener, además, un espíritu jovial y entusiasta que se desparrama en cursos, programas de postgrado y trabajos de tesis doctorales o de fin de máster que suponen un magisterio de conocimientos y habilidades sobre otros muchos investigadores más jóvenes -de ánimo me refiero-, entre las que (con permiso), me incluyo.
Explica Richard Sennett, en uno de sus libros (El Artesano) que hay cosas que solo se aprenden de alguien porque exigen una manipulación directa y un conocimiento práctico y experimentado de los materiales (la arcilla, la madera…) o de los objetos biológicos en este caso, y una de las razones es que a través de la manipulación se descubren las mil formas de fracasar, se aprende lo que no se puede hacer, y se adivinan mediante sutiles ajustes y variaciones las posibilidades del material. Es algo parecido al aprendizaje del violín o del piano, cada ejecución es a la vez una exploración y un perfeccionamiento.
Aunque todavía queda gente que piensa que las células son estructuras que funcionan de modo algorítmico y que su funcionamiento podría simularse mediante software, sin necesidad de verlas y pasando por alto su fina organización estructural y molecular, la triste verdad es que son una caja de sorpresas y cuanto más seguro está uno de conocerlas, más cerca está de equivocarse.
Por eso, nuestra relación ha sido complementaria y útil para ambas partes, porque la combinación de las técnicas de cultivo in vitro (Fernando) y la Microscopía de localización molecular in situ (Mari Carmen) permiten interpretar las modificaciones estructurales y funcionales inducidas y los mecanismos celulares responsables y ambas perspectivas juntas resultan ser una simbiosis (botánica) eficaz que metaboliza y resuelve mejor los problemas prácticos
Quizá esa actitud de cooperación sea una de las razones por la que Fernando, importante impulsor de la biotecnología de plantas a nivel internacional, que conoce las dificultades del oficio, y la atención y el esfuerzo que requiere cualquier investigación, incluida la falta de tiempo, es una persona que compagina la curiosidad con la prudencia, comenta los aciertos y los fracasos, las hipótesis y las dudas, y mantiene un sano escepticismo, pero (eso sí) anima y ayuda a todo el que se acerca con curiosidad y con interés.
Yo creo que disfruta con lo que hace y con lo que enseña. Como la ciencia casi siempre es un asunto de varios, más que nada por nuestras limitaciones, no me extraña que vaya contagiando y reclutando adeptos o fans (entre las que me incluyo) que se interesen y se diviertan con sus asuntos. Y, como además orienta su investigación a aplicaciones útiles, pues, maravilloso mejor.
Los homenajes y los reconocimientos no suelen ser al curriculum sino a las personas que son capaces de dejar algo más que papers. Uno puede morir sepultado literalmente bajo el peso del papel de sus trabajos publicados y, pese a sus aportaciones, tener poco impacto social, dejar pocos discípulos o pocos recuerdos.
¡No es el caso! Fernando va dejando anécdotas, proyectos, ideas y discípulos desde hace años y espero que siga así, activo y que no se canse, ¿o sí? Cosa probable, porque esto de investigar se está complicando demasiado en el orden burocrático y eso no creo que le divierta mucho. Yo espero que este reconocimiento de la Placa de la AEC, le sirva y le anime para que siga en este ánimo, (incluso con más).
Fernando, sólo queremos agradecerte los efectos benéficos y contagiosos de tu actitud y tu entusiasmo durante tu vida académica e investigadora.
Gracias de verdad y un abrazo muy fuerte.
Señor presidente de la Asociación Española de Científicos (AEC), distinguidos colegas, familiares y amigos.
Antes de nada, deseo agradecer a esta Asociación la concesión de la Placa de Honor. Realmente, uno nunca trabaja pensando en ser premiado, pero cuando se recibe una distinción de este tipo, por parte de colegas científicos, la satisfacción es enorme.
Muchas gracias, Mari Carmen, por tu cálida presentación, fruto, sin duda, de un cariño, respeto y admiración mutuos. Conozco a Mari Carmen desde su incorporación a la Sociedad Española de Cultivo in vitro de Tejidos Vegetales y, desde el primer momento, supe que la Sociedad había hecho un fichaje galáctico como han demostrado, a lo largo de estos años, los relevantes trabajos del grupo, ahora liderado por Pilar, en el campo de la embriogénesis de la microspora.
Gracias, Mari Carmen, por haber sabido valorar el esfuerzo que supone el desarrollo de nuevas tecnologías, para abordar la mejora de especies difíciles de manipular in vitro.
Decía el profesor Wagensberg que el «cómo» sería la pregunta del científico y el «para qué». la del tecnólogo. Cuando a mediados de los 70, en el marco del convenio suscrito entre el INIA y el Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento (BIRF) para impulsar la investigación agraria en España, un numeroso grupo de ingenieros agrónomos y biólogos salimos al extranjero en busca de formación, todos teníamos un denominador común: el «para qué» estaba claramente definido en cada caso.
En la década anterior, la balanza comercial agrícola española había pasado de positiva a negativa, debido a la ineficiencia de los sistemas de producción y la existencia de explotaciones pequeñas y fragmentadas. Ante esta situación, siguiendo las recomendaciones de expertos internacionales de las Universidades de California, Yale y Cornell, entre otras, el gobierno llevó a cabo la reestructuración de la investigación agraria en España, creando Centros de Investigación Regionales especializados en los cultivos más importantes de la zona y abordando problemas de esos cultivos a nivel nacional (Centro de Cítricos, IVIA-Moncada; Centro de Oleaginosas, Córdoba; Centro de Leguminosas y Cereales, El Encín-Alcalá de Henares y otros).
Este programa me llevó al laboratorio del profesor Murashige, en la UC Riverside, con el objetivo de desarrollar herramientas biotecnológicas para abordar la mejora del aguacate. Allí, durante mi formación en el campo de la morfogénesis vegetal comprendí la estrecha relación entre ambos interrogantes, el «cómo» y el «para qué», y aún más importante, entendí que la generación del conocimiento debe estar encaminada a mejorar el mundo que nos rodea.
En esta etapa, fui testigo de la estrecha conexión existente entre la Universidad y la Empresa. La Sociedad Californiana del Aguacate financiaba un proyecto de obtención de portainjertos resistentes a un patógeno de suelo, una investigación que hizo posible el cultivo del aguacate en ese estado y en otros lugares del mundo afectados por este patógeno.
Recuerdo al presidente de esta sociedad, que financió el último año de mi tesis doctoral, cuando aseguraba: «Nuestra sociedad no espera resultados a corto plazo al financiar este tipo de proyectos, solo exigimos rigor en el trabajo y perseverancia; con especies difíciles, los resultados llegarán en momentos inesperados». A lo largo de mi carrera, he tenido ocasión de comprobar, en repetidas ocasiones, lo acertado de dicho comentario.
Tras el regreso a España, me incorporé al centro de Cultivos Tropicales, hoy IFAPA de Málaga, que ya mantenía estrechas colaboraciones con la Estación Experimental La Mayora (Consejo Superior de Investigaciones Científicas – CSIC); unos años más tarde, y tras una nueva aventura en la Universidad de Florida, pasé a formar parte de la Universidad de Málaga (UMA) y, desde 2010, soy miembro del Instituto de Hortofruticultura Subtropical y Mediterránea La Mayora (IHSM-UMA-CSIC), al que están adscritas dos Unidades Asociadas del IFAPA de Málaga.
La estrecha colaboración que siempre ha existido entre estos centros ha sido clave para poder abordar, mediante aproximaciones biotecnológicas, la mejora de las tres especies de interés agronómico con las que he trabajado: fresa, nuestro modelo de regeneración mediante la vía organogénica; olivo, modelo embriogénico y aguacate, una especie cuya mejora hemos abordado en paralelo a la de olivo.
Siempre he sido un firme defensor de las sinergias entre grupos y el abordaje de proyectos desde un punto de vista multidisciplinar; las pérdidas de protagonismo individual redundan en beneficio del resultado final. Por ello, mi incursión en la mejora biotecnológica de estas especies siempre ha estado ligada a programas de mejora convencionales de otras instituciones.
Así, cuando el grupo de José Manuel López Aranda (IFAPA-Málaga) inició un programa de mejora de fresa por cruzamientos, en un momento en el que casi todas las variedades que se cultivaban en Huelva procedían de la Universidad de California, nuestro grupo, junto con los de Victoriano Valpuesta (UMA) y Juan Muñoz (Universidad de Córdoba, UCO), inició otro, usando herramientas biotecnológicas, que permitió generar las primeras fresas modificadas genéticamente para estudiar aspectos relacionados con el desarrollo y maduración del fruto; unos trabajos que han tenido continuidad hasta el día de hoy por parte tanto de jóvenes investigadores del IFAPA-Málaga, como del nuevo IHSM y de la UCO, y que sitúan a estos centros como referentes en este cultivo.
Mi relación con el olivo se inició durante la infancia y se vio fortalecida tras mis conversaciones con Luis Rallo, coordinador del programa de mejora de la UCO y posteriormente, con Rafael Jiménez (Instituto de Agricultura Sostenible, IAS) y Juan Muñoz, con los que mi compañero José Ángel Mercado y yo aún mantenemos vivas y constructivas discusiones con la esperanza de que, además de progresar en el conocimiento de las bases moleculares de resistencia a Verticilosis, poder lograr algún producto de utilidad para el sector empresarial.
A la mejora del aguacate le he dedicado gran parte de mi tiempo, siendo una relación que me ha dado disgustos, la mayor parte de las veces, y escasas, pero grandes satisfacciones. He pedido disculpas a los doctorandos a los que involucré en este cultivo: Araceli ya me ha perdonado y Elena, que me acompaña esta noche, imagino que también lo ha hecho.
Espero que los trabajos llevados a cabo en el marco de proyectos coordinados con el grupo de Francisco Cazorla (IHSM-UMA-CSIC) y los que hay actualmente en marcha entre el IFAPA-Málaga (Araceli Barceló, Clara Pliego), IHSM-UMA-CSIC (Iñaki Hormaza) e IAS (Carlos López) arrojen resultados de utilidad para el sector productivo. Estoy convencido de que la sinergia entre aproximaciones convencionales y biotecnológicas en la mejora de plantas ayudará a conseguir una agricultura más sostenible en el marco del calentamiento global y será, además, una poderosa herramienta ante la aparición de enfermedades imprevisibles en nuevas áreas de producción.
«El verdadero éxito, la verdadera felicidad, radica en la libertad y la realización», afirmaba Dada Vaswani. Pocos trabajos, como el del científico, permiten la libertad de hacer durante toda la vida lo que a uno le gusta, con la satisfacción que eso conlleva. En distintas ocasiones, la obtención de un resultado positivo, tras la superación de muchos obstáculos, se traduce en una alegría especial, un éxtasis, generalmente poco duradero, por la aparición inmediata de un nuevo reto.
He experimentado esta sensación repetidas veces durante mi carrera: en particular, recuerdo con nitidez la obtención de nuestras primeras plantas modificadas genéticamente, la aparición in vitro de flores tras la sobreexpresión del gen FT, así como la observación de células embriogénicas en material de interés agronómico. Al examinar estos cultivos, con visible emoción, pensaba ¡Caramba, os habéis hecho esperar! Más tarde, al valorar las implicaciones que eso puede tener para abordar la edición genómica, recordaba las palabras de Jim Morrison: «Nunca hay que darse por vencido, porque cuando piensas que todo ha terminado, es el momento donde todo empieza». Esa es otra característica de la investigación científica, nunca se acaba, y la aparición de un resultado positivo abre las puertas a un abanico de retos que antes parecían inalcanzables y que, con el transcurso del tiempo, deberán emprender nuevas generaciones de investigadores.
En investigación, y parafraseando a Antonio Porchia: «Hay que levantar siempre los ojos para no creer que se está en el punto más alto». Por mi parte, tengo pensado seguir ayudando a los jóvenes de nuestro grupo, ahora liderado por José Ángel Mercado, siempre y cuando mi voluntad y mente continúen en sintonía; cuando me encuentre ante el muro infranqueable que supone el divorcio entre ambas, espero ser invadido por los recuerdos de una vida feliz en la que el trabajo, la familia y mi lugar de origen, un puerto en un mar de olivos, han sido los tres pilares.
No quiero finalizar mi intervención sin agradecer a mis doctorandos y compañeros de proyectos, su inestimable ayuda para abordar conjuntamente los retos a los que nos hemos enfrentado. También, de forma muy especial, a mis padres y profesores de la infancia, por enseñarme la importancia de la realización personal en el trabajo, y a mi familia, por su apoyo incondicional, a la vez que les pido perdón por el tiempo robado.
Mi única excusa, como sostenía el profesor Valcárcel de la UCO, es que «la ciencia es una amante bastante exigente, si la abandonas, el reencuentro es prácticamente imposible». Estoy seguro de que, tras esta entrañable velada, estarán convencidos de que el sacrificio ha merecido la pena y me permitirán continuar con esta relación tan gratificante. Por mi parte, prometo que en esta nueva etapa daré prioridad al cuidado de los más pequeños, cuando la situación así lo requiera.
Termino con un recuerdo muy especial para Ricardo Flores, Placa de Honor de esta asociación en 2015 y que nos dejó hace apenas un año. Ricardo fue un referente para muchos de nosotros, como persona y como científico; con él tuve el privilegio de compartir largas charlas durante nuestra etapa en Riverside, sobre ciencia, ciencia aplicada o aplicaciones de la ciencia y la sinergia entre arte y cultivo in vitro, uno de sus temas favoritos. Al final, siempre le arrancaba alguna sonrisa contándole nuestras tribulaciones de doctorandos en el laboratorio del profesor Murashige. Se vive con la esperanza de llegar a ser un buen recuerdo, el que nos deja Ricardo es imborrable. Gracias, amigo, por los buenos momentos compartidos.
Muchas gracias a todos.
Fernando Pliego Alfaro.
Catedrático de la Universidad de Málaga.
Jesús Pérez Gil.
Decano de la Facultad de Biología de la Universidad Complutense de Madrid.
En primer lugar, decirles que es para mí un honor haber recibido esta invitación de la Asociación Española de Científicos (AEC) para presentar a José Manuel Bautista Santacruz -para mí es y será siempre Chema Bautista, y permítanme que le llame así-, en el acto en el que le va a hacer entrega de una de sus Placas de Honor del año 2021.
Y es también un lujo por lo que supone de reconocimiento a la labor de un científico que ilustra como nadie, en mi opinión, el poder de la ciencia para construir un mundo mejor.
Chema Bautista es catedrático en el Departamento de Bioquímica y Biología Molecular de la Facultad de Veterinaria de la Universidad Complutense de Madrid (UCM), cuya sección dirigió durante ocho años. Es un científico reconocido en el ámbito de la fisiopatología de enfermedades parasitarias tropicales como la malaria, y también ha desarrollado y sigue desarrollando una intensa labor como secretario de la Sociedad Española de Bioquímica y Biología Molecular, en la que ahora despliega una gran actividad de divulgación.
La actividad de Chema como científico que ha desarrollado un trabajo investigador de calidad quizá pueda describirse bien por lo que dice su curriculum: 150 publicaciones, 20 Tesis Doctorales dirigidas, citaciones, índice-h, lo que quieran. Un buen científico, de acuerdo con los cánones actualmente al uso y según todas las métricas que se quieran utilizar, y que nunca ha dejado de estar activo como investigador y profesor. En este momento, me imagino los improperios que me dirigiría Chema por siquiera mencionar esas odiosas métricas contra las que él tanto despotrica.
Sin embargo, lo que muy acertadamente refleja la concesión de esta Placa de Honor, y que quería aprovechar para destacar aquí, es algo que no puede deducirse fácilmente de la lectura de un currículum, y que puede ser infinitamente más poderoso en su capacidad de transformación de la sociedad. Todo ello posiblemente relacionado con la calidad humana y humanística de Chema aplicadas a su forma de entender la ciencia como instrumento de servicio.
Déjenme darles tres ejemplos:
Como un primer ejemplo, hace ya casi ocho años, Chema formó parte crucial de un grupo de profesores de muy diferentes facultades y áreas de la Universidad Complutense de Madrid (UCM) que decidieron montar una Plataforma, la Plataforma de Investigadores de la UCM, que agrupara y defendiera la visión de los profesores que no entienden la universidad sin un compromiso firme con la investigación como base de su actividad formadora y transformadora. Esa Plataforma ha contribuido a sacarnos a muchos de nuestro reducto especializado y limitado y a estimular un pensamiento mucho más crítico e interconectado multidisciplinarmente.
Comparto otro ejemplo. Desde el año 2005, Chema ha desarrollado una intensa labor de cooperación con varios países de África en vías de desarrollo, como Ghana, Senegal, o Zaire, en los que ha contribuido a montar laboratorios de análisis sanitario en condiciones para nosotros impensables, y a formar a los profesionales indispensables para mantenerlos funcionando. Acoplar los laboratorios a sistemas de generación y almacenamiento de energía solar, o rediseñar equipos como centrífugas a manivela, para que funcionen en ausencia de energía eléctrica…, o pasar un mes en Ghana gestionando la burocracia asociada al transporte de un contenedor de material enviado desde España. Una lección de que solucionar lo necesario no entiende de barreras aparentemente infranqueables. En palabras de Chema, «cómo vamos a entender la naturaleza del problema de las enfermedades parasitarias como la malaria, o conocer las necesidades que hay que solucionar, si no venimos adonde esos problemas existen…».
No es sólo investigar, sino investigar y resolver o servir. Quizá tiene mucho que ver con lo que ahora llamamos «transferencia». Y no solamente esto, sino que, en estos más de 15 años, Chema ha contribuido a involucrar, en lo profesional y en lo emocional, a un número importante de otros profesores, investigadores y universitarios en proyectos y acciones de cooperación.
Y el último y quizá más espectacular ejemplo, por lo que tiene de cercanía y de aldabonazo frente a la actitud común de resignación ante lo inexorable de los sistemas y las estructuras en las que la mayoría de nosotros nos movemos en nuestra vida rutinaria, tiene que ver con el conmovedor liderazgo de Chema en la contribución de la UCM frente a lo más duro de la pandemia.
En los momentos más difíciles del periodo de emergencia sanitaria, con los hospitales colapsados, una carencia dramática de suministros, y cientos de personas agonizando en las residencias de mayores, Chema consiguió convencernos a muchos de que no hay limitaciones materiales, ni normativas, ni políticas que valgan si tenemos en nuestra mano el conocimiento, la ciencia, la técnica, y la infraestructura necesaria para ayudar a nuestros conciudadanos.
Chema nos ha mostrado o, mejor dicho, nos ha hecho descubrir por nosotros mismos, quizá a muchos por primera vez de forma explícita, el poder de la ciencia y de la universidad para transformar la sociedad y resolver sus problemas. Y créanme, se lo digo por experiencia, nunca volveremos a ser los mismos.
Convendrán conmigo en que esto ilustra un verdadero liderazgo científico, humanista, y social.
Así que, a partir de estas consideraciones, creo que debo felicitar muy sinceramente a la AEC por su decisión de conceder esta Placa de Honor.
Les dejo con el profesor José Manuel Bautista Santacruz.
Muchísimas gracias, Jesús, por esta presentación tan generosa. Estoy un poco abrumado. Pero vaya por delante mi agradecimiento para los miembros del Consejo Rector de la Asociación Española de Científicos (AEC) que me nominaron para esta distinción. Es un gran honor recibirla. Gracias, muchas gracias.
Deseo hacer explicita mi felicitación al resto de premiados con las Placas de Honor de este año, pero también de las ediciones anteriores. Esta noche me siento con ellos y con vosotros especialmente bien acompañado. Quizás, tan bien acompañado como he tenido la suerte de estarlo a lo largo de muchos momentos de mi carrera científica, que además se ha entremezclado de una forma inseparable de mi carrera vital.
«No somos individuos», les digo a mis estudiantes. En nuestro genoma custodiamos, de forma silenciosa, los cambios que han acaecido en los millones de años que lleva la vida en nuestro planeta, y no sólo los de nuestra especie, sino también los de todos los organismos que lo pueblan ahora y lo han poblado. También les digo que, en nuestro cerebro, ese órgano que nos conecta con el mundo exterior, acumulamos enseñanzas de lo que nos rodea.
Mirando así la biología, no creo que seamos individuos aislados en contacto ocasional con otros, sino que somos un nodo de la poderosa red de la información acumulada por miles de siglos de cambios evolutivos y de cognición. A todo esto, les digo a mis estudiantes, le llamamos sociedad, que -al fin y al cabo- es el armazón biológico del planeta tierra.
Cuando antes he hablado de suerte, quería referirme a ese camino azaroso que, sin saber dónde lleva, se toma en la vida simplemente por el placer de conocer y la curiosidad de descubrir. Y ese aprendizaje y la buena compañía que afortunadamente he encontrado en mi camino, es lo que me ha traído aquí. Por eso, creo que el mérito de estar aquí es más de quienes, como comentaba antes, han compartido parte de ese tránsito. Ellos son los verdaderos merecedores de esta placa. No quiero dejar de mencionarlos por la transcendencia que tienen y por lo que significan a escala humana. Representan valores esenciales de lo que llamamos sociedad.
Mis padres, mis hermanos, mi familia son mis primeros referentes. Con ellos aprendí conceptos básicos de compromiso y de responsabilidad, así como el gusto por el estudio y el conocimiento. Además de la permisibilidad y el empuje para hacerlo de forma divertida. Tengo que reconocer que mucho de lo que he aprendido ha sido como un juego. De ellos es una parte de esta distinción que recibo hoy.
Pero quiero recordar especialmente las enseñanzas de mi madre, no solo porque como maestra nos enseñase rudimentos de latín o matemáticas, sino por la forma armoniosa que transmitía de estar en este mundo y por el gusto en la belleza de la sencillez, esa que tiene el arco de medio punto de una modesta ermita románica.
Tuve buenos profesores. Soy de una generación donde se daba una gran importancia a la educación para desarrollarse como persona y como sociedad. Por eso quiero recordar a Doña Marcelina, a Don Manuel, a Pilar, a Miguel Ángel, a Javier, entre muchos otros, que, en aquellas aulas llenas de chiquillos revoltosos, supieron llevarnos de la mano para hacernos comprender elementos básicos del conocimiento. Sin todos ellos, hoy no estaría aquí. Ellos también merecen esta Placa.
Luego me fui a la Universidad. Fueron años magníficos. Allí encontré a grandes maestros que moldearon mi curiosidad y las inquietudes científicas. Diego Jordano nos hablaba de lo que en California se estaba haciendo con el ADN; Manuel Ruiz Amil, de cómo se desentrañaba una ruta metabólica; Guillermo Suarez, de todo lo que quedaba por descubrir del sistema inmunitario; Eduardo Gallego, de los descubrimientos de Santiago Ramón y Cajal sobre el sistema nervioso; y Carlos Sánchez Botija, de cómo erradicar una epidemia infecciosa. Son muchos más y no los puedo nombrar a todos, pero estos son representativos de la pasión por la ciencia que transmitían y por el respeto a la tradición intelectual que inculcaban que, al fin y al cabo, son pilares precisos para ser científico. Fueron mis maestros y mis inductores vocacionales. Por eso, de ellos debe ser también este reconocimiento que hoy me hacéis.
La formación que adquirí en mi etapa doctoral, con aquellos escasos medios que había en los laboratorios de una España que empezaba a soñar, fue esencial. Nadie sabía que sería de aquellos jóvenes que nos empeñábamos en descubrir minúsculos fragmentos de cómo funcionaba la biología. Sin embargo, sabíamos por qué lo hacíamos. Por curiosidad.
Si hay algo que nos mueve a diseñar un experimento es obtener la respuesta a una conjetura. Aprendí a hacerme preguntas y a intentar responderlas. Amando Garrido. en Madrid. y Germán Soler. en Cáceres, supieron brindarme paciencia, tenacidad y una mirada original para indagar. Agradezco las carencias de medios de entonces, pues me enseñaron a aprovechar hasta el último miligramo de reactivo para obtener la explicación definitiva que siempre es necesaria. Es a ellos a quienes también premiáis hoy con esta Placa de Honor. Fueron muchos científicos españoles los que en aquellos años hicieron mucho con muy poco y nos dieron además afecto y amistad sin dejar de enseñarnos todo lo que ellos mismos habían aprendido viajando a otros laboratorios del extranjero.
El laboratorio de ultramar donde la suerte me volvió a transportar por la inquietud de aprender todo lo que no sabía, me recibió con los brazos abiertos. Son los años intensos de fervor intelectual donde Lucio Luzzatto iluminó la diferencia entre esfuerzo y prioridad; y entre idea y financiación. Sin priorizar, el esfuerzo se difumina; sin ideas, la financiación se diluye. Años después sigo aplicando este criterio y trato de trasmitírselo a mis estudiantes: estudiad, buscad la idea y priorizad.
La última vez que vi a Lucio, hace dos años, fue en un laboratorio de Dar es Salaam. A sus 84 años sigue investigando y enseñando en su penúltima jubilación. Es un ejemplo. De él aprendí también que la ciencia de calidad se puede hacer desde Nigeria o Tanzania a Nueva York pasando por Nápoles o Londres. El equipaje son las ideas. Philip Mason y la presencia de grandes científicos en Oxford y Cambridge escoltaron aquellos maravillosos años en Londres que acabaron moldeando al joven científico que un día volvería a Madrid. Me los traje a todos, y con ellos recibo también esta distinción. A ellos se lo debo.
También he tenido en los últimos 25 años una compañía constante e imprescindible. Es la de aquellos que un día enfocamos juntos objetivos comunes y que no solo complementan mis muchas carencias, sino que apoyan lealmente los proyectos de principio a fin. Imaginar y acompañarme en la ilusión; laborar y acompañarme en el esfuerzo; planificar y acompañar mi mano para dibujar la flecha en la dirección correcta. Amalia Diez, Antonio Puyet, Milagrosa Gallego y Susana Pérez son el arco que dispara con certeza. A ellos les llega este reconocimiento, como también a los estudiantes de doctorado que han pasado por nuestro laboratorio. El primero de ellos y que, casualmente les hablará después, es Rafael Zardoya, director del Museo Nacional de Ciencias Naturales (MNCN) y que representa otro nodo de la red de transmisión de conocimiento que salió de nuestros laboratorios. Como les he dicho antes, esta noche estoy muy bien acompañado.
Déjenme acabar mencionando un nodo esencial en la actividad científica que le otorga sentido social. Es el nodo donde el individuo se eleva a la responsabilidad que puede aportar su conocimiento y su representatividad. Les hablo del Rector de mi Universidad que clausurará el acto. Cuando el 14 de marzo de 2020 le llamé para exponerle los planes de organizar una red de laboratorios de diagnóstico, con nuestra experiencia en enfermedades infecciosas, para ayudar a combatir la pandemia me dijo: «adelante». No dudó un momento de que nuestro conocimiento se debía poner al servicio de la sociedad, al servicio de combatir el inmenso miedo que todos teníamos entonces. Sin esa decisión clave, nada de lo que hicimos aquellos meses hubiera sido posible.
Un ejemplo, no solo de que la ciencia es motor de decisiones acertadas, sino de que un representante institucional debe ser sociedad antes que individuo. Fue una sabía decisión del Sr. Rector y, por tanto, esta distinción es también compartido con él y con todos los muchos científicos, senior y jóvenes de la UCM que participaron con su talento e infraestructuras de forma generosa para combatir la pandemia desde el laboratorio.
Aprendí con mi madre a traducir: Nemo solus satis sapit. «Nadie por sí solo sabe lo suficiente». Lo escribí convencido en la primera página de mi tesis doctoral y hoy, en este acto, lo reafirmo.
Muchas gracias. Es un gran honor.
José Manuel Bautista Santa Cruz.
Catedrático de la Universidad Complutense de Madrid.
A cargo de Ángel Carbonell Barrachina.
Director General de Ciencia e Investigación de la Comunitat Valenciana.
Este año se cumplen 20 años de la creación de la Red de Universidades Valencianas para el fomento de la I+D+i (RUVID).
Fue en diciembre de 2001 cuando las cinco universidades públicas de la Comunitat Valenciana apostaron por sumar esfuerzos a través de la firma de un convenio de colaboración, que unos años más tarde daría lugar a la constitución de RUVID como asociación sin ánimo de lucro
Aquella apuesta sería por aquel entonces un hecho singular, que en otras Comunidades Autónomas generaba cierta expectación. Por primera vez, un sistema universitario regional decidía sentar las bases para empezar a cooperar en el ámbito de la I+D+i.
Actualmente, componen la asociación las cinco universidades públicas que le dieron origen, así como las dos universidades privadas, Universidad CEU Cardenal Herrera y Universidad Católica de Valencia. Por otra parte, son socios honorarios de RUVID la Red de Parques Científicos Valencianos y el Consejo Superior de Investigaciones Científicas, a través de su Delegación en la Comunitat Valenciana.
Tal como dictan los estatutos de RUVID, y entre otros objetivos, la red se constituiría como interlocutor válido y coordinado ante las Administraciones Públicas y otros colectivos del Sistema Regional, Nacional y Europeo de I+D+i, con el objetivo de promover líneas de cooperación para el desarrollo de la innovación tecnológica y fortalecer el papel de las universidades como agentes del Sistema.
Su propósito era convertirse en un instrumento útil para la Administración, pero a la vez, independiente de esta.
Durante estos 20 años, RUVID ha desplegado múltiples proyectos en sus diferentes ámbitos de actuación. Por citar solo algunos ejemplos significativos, la asociación cuenta con diversas experiencias en el desarrollo de acciones para promover la transferencia de conocimiento o la creación de empresas derivadas de la actividad investigadora, más comúnmente conocidas como spin-off.
Otro de los ámbitos en los que RUVID ha centrado su atención en los últimos años es el de la internacionalización del sistema. En este sentido, la asociación pone a disposición de la comunidad científica e investigadora diferentes servicios de apoyo para facilitar su participación en programas internacionales de investigación.
Con estos antecedentes, quisiera a continuación dedicarle un apartado especial a la actividad de RUVID en el ámbito de la difusión social del conocimiento, motivo por el cuál recibe hoy la Placa de Honor en la categoría de divulgación científica, y más concretamente por sus publicaciones, el boletín digital y anuario InfoRUVID.
Desde mi incorporación como Director General de Ciencia e Investigación, he tenido ocasión de conocer de cerca la actividad de RUVID en este ámbito. Por este motivo, además de presentarles un poco más adelante algunos datos sobre el alcance de estas dos publicaciones, quisiera hablarles también de Sapiència.
Sapiència es una iniciativa conjunta de RUVID y la Generalitat Valenciana que he tenido el gusto de ver nacer y cumplir con éxito su primera edición. Se trata de un encargo que desde la Dirección General a la que represento lanzamos a RUVID, con el fin de estimular las vocaciones científicas entre los jóvenes estudiantes de bachillerato de la Comunitat Valenciana. Los premios Sapiència, que recientemente celebraron su primer congreso, han sido sin duda una experiencia muy satisfactoria para mí, y un ejemplo real de cómo podemos contribuir desde la Administración a generar una sociedad más interesada por la ciencia y los científicos.
Ahora sí, permítanme que les hable de InfoRUVID.
El boletín digital InfoRUVID nació en noviembre de 2007. Tiene periodicidad mensual y se publican 10 ediciones al año. Su distribución es gratuita y actualmente incluye contenidos diversos sobre actualidad universitaria relacionada con la I+D+i, proyectos y resultados de investigación clasificados por áreas temáticas, noticias sobre la actividad de las spin-off universitarias, una agenda de eventos, y un apartado específico para publicar vacantes de empleo en investigación.
Por su parte, el Anuario InfoRUVID recoge cada año desde 2009 una selección de artículos publicados en el boletín digital y sus doce ediciones hasta la fecha son accesibles en formato digital desde la página web de la asociación.
De todas ellas, siete ediciones han sido impresas en papel y han sido distribuidas a personas y entidades relevantes y representativas de diferentes colectivos sociales, académicos, políticos, empresariales, etc. La edición digital del Anuario infoRUVID se distribuye anualmente a toda la comunidad universitaria valenciana.
La recopilación de datos del impacto digital de ambas publicaciones se inició hace apenas unos años. Desde entonces, las sucesivas ediciones publicadas del boletín digital InfoRUVID han sido consultadas por más de 58.000 usuarios únicos, en más de 76.000 sesiones distintas, con más de 123.000 páginas vistas únicas.
Por no aburrirles con más cifras, les diré que estas solo reflejan una parte del esfuerzo de RUVID por dar visibilidad social a los hitos de la investigación realizada en las universidades que la componen. Un esfuerzo que hoy en día se despliega también a través de otras numerosas actividades, como son su portal web, sus redes sociales, su oferta de actividades de divulgación (exposiciones, charlas y conferencias, talleres, materiales didácticos, etc.).
En los momentos actuales, la labor de RUVID tiene una importancia extraordinaria: comunicar y conectar la ciencia con la sociedad.
La comunicación de la investigación favorece una sociedad formada y con pensamiento crítico, es decir, una sociedad más fuerte y ayuda a la ciudadanía a conocer la importancia de la ciencia y mejorar su percepción social.
La ciencia nos ha ayudado a salir de la pandemia y es el momento de que la sociedad la valore y reclame una inversión continuada y estable en el tiempo.
Pero, para ello, ha de conocerla. La investigación no debe quedar en un espacio cerrado: sus resultados y sus avances deben ser comunicados.
El trabajo de RUVID ha contribuido ampliamente a conseguirlo. Enhorabuena.
Queridos amigos y amigas de la Asociación Española de Científicos (AEC).
Señor presidente y querido amigo, Manuel Jordán.
Muchas gracias, querido Ángel Carbonell, Director General de Ciencia e Investigación de la Generalitat Valenciana, por tus palabras de presentación.
Es un placer para mí dirigirme a todos vosotros en este acto de entrega de las Placas de Honor 2021, y quiero que mis primeras palabras sean de felicitación.
De felicitación a todos los galardonados, pero también a la AEC por su magnífica labor y por su trayectoria, especialmente, en este año en el que se celebra su 50 aniversario.
Asimismo, quisiera destacar que para nosotros representa un gran honor compartir el reconocimiento que hoy nos brindáis, con la concesión de la Placa de Honor en la categoría de divulgación científica, con el Museo Nacional de Ciencias Naturales. En estos tiempos en los que todo parece volverse tan efímero, permitidme que me complazca reconociendo sus 250 años de historia, que le sitúan en la actualidad como referente en el ámbito de la investigación y la difusión del conocimiento en ciencias naturales.
Amigos y amigas, solo se valora lo que se conoce. Y, con esta premisa, me remontaré al año 2007. La declaración por parte del Gobierno del Año de la Ciencia en España supuso un hito muy relevante en el propósito de impulsar la cultura científica y mejorar la percepción social de la ciencia en nuestro país. Esta decisión fue, sin duda, una demostración del efecto transformador que pueden ejercer las políticas públicas en nuestra sociedad.
Las universidades asociadas a RUVID, que ya habíamos tomado consciencia de la importancia de la difusión social del conocimiento, aprovechamos el impulso que la declaración del Año de la Ciencia supuso para intensificar nuestras actividades y lanzar nuevos proyectos.
RUVID se constituyó entonces como Unidad de Cultura Científica y de la Innovación, y colaboró de manera activa con la Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología para profesionalizar y estructurar la actividad y competencias de estas unidades.
En aquellos tiempos, universidades y centros de investigación tenían ya, por lo general, experiencias y proyectos en el ámbito de la divulgación del conocimiento, pero entonces aún no estaba tan asentada, ni entre las instituciones ni entre la comunidad científica, la cultura de comunicar los resultados de la investigación que se generaba en los propios centros.
Y fue precisamente entonces, y con este fin, que lanzamos desde RUVID la primera edición de nuestro boletín digital InfoRUVID, que hoy recibe vuestro reconocimiento.
Unos pocos años más tarde y motivados por la buena acogida del boletín, decidimos lanzar una nueva publicación en formato anuario. El Anuario InfoRUVID incluiría una selección de noticias publicadas en el boletín y nuestra invitación a una lectura más reposada.
En la actualidad, cuando han proliferado un sinfín de herramientas y nuevos formatos para la comunicación, como son, por ejemplo, las redes sociales, nuestro boletín digital y anuario siguen siendo las publicaciones de mayor valor y reconocimiento de RUVID.
En paralelo al lanzamiento del boletín y el anuario, quisiera recordar también las diferentes acciones que se pusieron en marcha en aquellos años, para motivar y dotar a la comunidad científica de las pautas y recomendaciones necesarias para enfrentarse a lo supondría una tarea más en su día a día. Hoy en día investigadores e investigadoras ya reconocen la importancia de dar difusión social a los resultados de su actividad y han adoptado una actitud proactiva en este sentido. A todos ellos, gracias por vuestra colaboración.
Señoras y señores, la comunidad científica ya tiene sus propios repositorios. Con el mismo rigor, pero con un lenguaje accesible, nuestro boletín digital y nuestro anuario, pero también nuestro portal web, pretenden ser un repositorio. Un repositorio para la sociedad de la actividad en investigación, desarrollo e innovación que se genera en las universidades de la Comunitat Valenciana.
Para terminar mi intervención quisiera también poner en valor el aspecto colaborativo de estas publicaciones. Ambas han nacido fruto de la colaboración de las siete universidades y se desarrollan contando con la colaboración de sus diferentes Unidades de Cultura Científica y de sus Servicios de Comunicación.
Por este motivo, quisiera aprovechar este discurso para dar las gracias a todos los que las hacen posibles. A los que están actualmente y a los que estuvieron. A todos, gracias.
No tengáis duda de que el reconocimiento que hoy recibimos representa para nosotros un extraordinario impulso para progresar en nuestro propósito de acercarnos a la sociedad.
Jesús Lancis Sáez.
Presidente de RUVID.
A cargo de Alfonso Navas Sánchez.
Investigador científico del CSIC y vocal del Consejo Rector de la AEC.
Excelentísimos Señores Rectores Magníficos de las Universidades Complutense de Madrid (UCM) y Miguel Hernández (UMH) de Elche. Autoridades representantes de las instituciones científicas presentes en este acto. Señoras y señores, amigos todos.
Hacer una laudatio de una institución con tanta historia como el Museo es también hablar de las instituciones y los personajes con quienes se relaciona.
El origen del Museo se sitúa en plena Ilustración española, asociado a los reinados de Fernando VI y Carlos III. Se admite que el Gabinete de Historia Natural propuesto por don Antonio de Ulloa dentro de su Casa de la Geografía en 1752, es el inicio del que estableció definitivamente Carlos III como Real Gabinete de Historia Natural, al adquirir las colecciones de don Pedro Franco Dávila. Aquel núcleo inicial se fue enriqueciendo con las colecciones científicas locales y las traídas de ultramar.
El museo cambió de sede para trasladarse a lo que hoy es la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando en la calle Alcalá (1771). Para darle una ubicación definitiva, se encargó a Juan de Villanueva la construcción de un edificio junto al Real Jardín Botánico, que finalmente se destinó a lo que hoy es el Museo del Prado. Pasó el siglo XIX sobreviviendo a expolios y miserias, con singulares excepciones, como por ejemplo la expedición científica al Pacífico de 1862-1866. No obstante, durante esa época el museo originó numerosas cátedras de la Universidad Central y otras, y se previó de un nuevo edificio junto al Jardín Botánico (el actual Ministerio de Agricultura).
En octubre de 1895, el museo fue desalojado de su sede de la calle Alcalá, instalando sus colecciones y biblioteca en los sótanos del edificio, hoy ocupado por el Museo Arqueológico Nacional y la Biblioteca Nacional, precisamente en las dependencias que posteriormente ocupó en su fundación el Centro de Estudios Históricos (Menéndez Pidal) de la Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas (JAE)
Con el impulso renovador de la JAE, el museo consiguió provisionalmente el espacio que ocupa ahora en los Altos del Hipódromo. En 1913, pasó a llamarse Museo Nacional. Gracias a la obra de Ignacio Bolívar, como director o desde la JAE (de la que fue su último presidente), el Museo marcó el despegue de las Ciencias Naturales en España. Pero también aparece asociado a otros nombres ilustres de la ciencia española.
Es necesario remarcar que la parte científica de la JAE se cimentó alrededor del Instituto Nacional de Ciencias Físico-Naturales (Real Decreto, 1910, de 27 de mayo) que agrupaba al Museo, el Museo de Antropología (que se forma con la sección de Antropología del MNCN según dicho decreto del 27 de mayo de 1910), el Jardín Botánico, el Laboratorio de Investigaciones Físicas de Blas Cabrera (por aquel entonces en dependencias del Museo) y el Laboratorio de Investigaciones Biológicas de Santiago Ramón y Cajal. Ese Instituto Nacional de Ciencias Físico-Naturales es el germen de las áreas científicas del Consejo Superior de Investigaciones Científicas.
La actuación de la JAE fue muy provechosa para el MNCN desde el primer momento. Con el advenimiento de la Segunda República se inició un proceso de reparación del error de haber instalado paralelamente la Escuela de Ingenieros Industriales en el mismo edificio algo que quedó pendiente. A esta época de relativa gloria y prosperidad, la que se llamó la edad de plata de la ciencia española, siguió el declive a partir de la Guerra Civil.
En 1984, el MNCN recuperó gracias al CSIC, la estructura funcional anterior a la Guerra. Hoy en día cumple íntegramente los requisitos propuestos por el Internacional Council of Museums (ICOM) para ser considerado como un verdadero museo nacional y su función no queda ni puede quedar sin contenido.
Así, el MNCN es capaz de coordinar redes museológicas y de colecciones de Historia Natural descentralizadas; conservar un patrimonio científico histórico singular que está amparado por las leyes de patrimonio del Estado; sirve de primera institución de referencia social en temas de biodiversidad y medioambiente; mantiene las relaciones exteriores con otros museos y centros de investigación nacionales y extranjeros y, finalmente, demuestra excelencia investigadora. Aspecto este último que seguro que resaltará el Director, al cual debido a la historia y compromiso de la institución que representa, el presidente de la Asociación Española de Científicos (AEC) le hará entrega de la placa de honor 2021. Muchas gracias.
Estimados Presidente y Consejo Rector de la Asociación Española de Científicos (AEC), autoridades (en especial las del Consejo Superior de Investigaciones Científicas – CSIC y de la Universidad Complutense de Madrid – UCM, por ser más cercanas a mi), galardonados (en especial José Manuel Bautista Santacruz, al haber sido yo su primer doctorando), colegas y amigos.
Es un honor para mí recibir este premio tan prestigioso en nombre de mis compañeros del Museo, algunos de los cuales nos acompañan hoy aquí, así como en la parte que le corresponde, en nombre de la Sociedad de Amigos del Museo, bien representada en este acto por su presidente, Eduardo Aznar y su secretaria Josefina Cabarga.
Como ha glosado Alfonso, que conoce muy bien la historia del Museo Nacional de Ciencias Naturales (MNCN) y fue su director, estamos celebrando los 250 años del museo. Muy pocas instituciones científicas pueden presumir de tal longevidad y ello nos enorgullece.
A lo largo de tantos años ha dado tiempo a que se sucedan periodos florecientes con otros mucho más sombríos. Si en una época se organizaban grandes expediciones que nos aportaban especímenes muy valiosos de las provincias de ultramar para completar nuestras colecciones y causaban el asombro de la ciudadanía, durante las guerras napoleónicas, y la guerra civil, el museo fue desbastado en gran parte, quedando abandonado a su suerte durante la dictadura. Solo se consiguió continuar a fuerza de trabajo y mucha tenacidad o terquedad según se mire.
Otra peculiaridad de nuestro museo a lo largo de su trayectoria histórica ha sido su continuo peregrinaje de sedes. Pudiendo haber ocupado el edificio que hoy es del Museo Nacional del Prado, acabamos en el edificio actual, el Palacio de las Artes y la Industria, en el que ocupamos una pequeña parte, perteneciendo el resto a la Escuela de Ingenieros Industriales. Aún esperamos poder conseguir algún día una sede acorde a la importancia de nuestra investigación, colecciones científicas y exposiciones.
Pero no debemos quedarnos en la nostalgia de atesorar un gran pasado histórico, sino que queremos reivindicar en voz alta el buen hacer del presente como reconoce esta Placa de Honor de la AEC. Nacimos como un gabinete de curiosidades y somos ahora un centro de investigación emblemático del CSIC, la principal institución de ciencia de España y una de las más importantes de Europa. Con una plantilla de unos 250 investigadores, técnicos y doctorandos, nuestra investigación gira en torno al estudio de la naturaleza y es si cabe, más importante y necesaria que nunca en estos tiempos de crisis ambiental debida a la fuerte presión humana.
Si una palabra puede caracterizar nuestra investigación es la «multidisciplinaridad», que nos permite acercarnos al estudio de los complejos procesos naturales desde muy diferentes perspectivas y utilizando las tecnologías más modernas como la secuenciación masiva de ADN o la tomografía computarizada.
Así, tenemos grupos de investigación punteros a nivel mundial que trabajan en la descripción de nuevas especies y de sus relaciones filogenéticas, la adaptación ecológica, el efecto del cambio climático en la biodiversidad, el papel de los microorganismos en los ciclos biogeoquímicos, el estudio de la evolución humana o el estudio de la intensificación de los riesgos naturales por el cambio climático.
Quizás de toda la investigación generada en el museo, la más genuina es la que se cimienta en nuestras centenarias colecciones científicas de animales, fósiles, minerales y rocas. El museo alberga más de 10 millones de ejemplares, que proceden de todo el mundo desde el Mediterráneo hasta la Antártida, desde islas oceánicas y fondos marinos hasta los desiertos y las montañas. Y me gustaría destacar que, desde hace años, los especímenes se colectan y preservan de forma que su ADN, e incluso en algunos casos su ARN, puede ser utilizado tanto para estudios evolutivos básicos como en estudios de biomonitoreo aplicado a la conservación de la biodiversidad y que son muy demandados por las administraciones públicas.
Nuestras colecciones están conectadas con las de otros grandes museos de historia natural y nuestro actual reto es poder digitalizarlas al completo para que queden disponibles universalmente siguiendo un modelo de ciencia abierta.
El tercer pilar del museo, y más reconocido por el público general, lo componen nuestras exposiciones, y la comunicación científica con una intensa presencia en redes sociales y los programas públicos y actividades de educación ambiental. Tenemos exposiciones permanentes sobre el gabinete de historia natural, la biodiversidad y los procesos evolutivos que la generan y mantienen, sobre las faunas extintas que se han sucedido a lo largo de los diferentes periodos geológicos o que muestran nuestra colección de meteoritos. Ejemplares como el megaterio, el elefante africano o el lobo marsupial quedan en la memoria de nuestros visitantes.
De los más de 300.000 visitantes anuales, un tercio son colegios y el resto familias y turistas. Aún se nos escapan los adolescentes y jóvenes entre 16 y 30 años. En cambio, sí que me gustaría destacar que hemos hecho un gran esfuerzo en los últimos años por hacer más accesible el museo y las exposiciones a las personas discapacitadas. Con la pandemia, hicimos un creamos visitas virtuales a las exposiciones que son accesibles a través de la página web y abren el museo a cualquier persona interesada en el mundo. No obstante, mi recomendación es que la visita presencial al museo sigue siendo irremplazable y nada puede sustituir la fascinación de comprobar, por ejemplo, el tamaño de nuestra ballena rorcual en la sala del museo.
En definitiva, aunque mi apreciación está sesgada, creo que la combinación de investigación, colecciones y divulgación en un entorno altamente dinámico hacen del museo hoy por hoy uno de los centros más atractivos del CSIC para desarrollar las vocaciones y carrearas científicas.
Muchas gracias a todos
Rafael Zardoya San Sebastián.
Director del Museo Nacional de Ciencias Naturales.
«La crisis sanitaria deja tras de sí una certeza. La investigación científica es la única alternativa capaz de proporcionar una respuesta global al desafío y mitigar, aunque sólo sea parcialmente, sus efectos».
«Necesitamos alcanzar ya ese pacto por la ciencia que cuente con el consenso de toda la sociedad».
Queridos Rectores de la Universidad Complutense de Madrid (UCM) y Universidad Miguel Hernández (UMH) Elche, vicerrector de Estudiantes y Coordinación de la UMH, vicerrectores/as de investigación y transferencia de la Universitat de València, Universidtat Politècnica de València, Universidad de Alicante (UA), Universitat Jaume I de Castelló y UMH, director general de Ciencia e Investigación de la Comunitat Valenciana, gerente de RUVID, director del secretariado de transferencia de la UA, vicepresidenta adjunta del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), director del Museo Nacional de Ciencias Naturales, decano de la Facultad de Biología de la UCM, decano de la Facultad de Ciencias de la Universidad de Málaga, directora del Instituto de Bioingeniería de la UMH, otras autoridades científicas y académicas, galardonados y acompañantes, miembros del Consejo Rector de la Asociación Española de Científicos (AEC), socios, simpatizantes, compañeros y amigos.
Tras la pausa obligada por la pandemia, un año más nos reunimos para entregar las Placas de Honor de la AEC. Hace más de 20 años –la de hoy es la 23ª edición–, los entonces miembros de la AEC instituyeron este galardón para poner de manifiesto el esfuerzo y el talento dedicado en España a la generación de conocimiento, a la difusión del mismo y a su aplicación en beneficio de la sociedad.
Como afirmó nuestro anterior presidente, nos sorprende muy agradablemente que en los primeros estatutos de nuestra asociación, que cumple este año 50 años, se recoja la transferencia, la colaboración público-privada, la divulgación, la ética e integridad en la investigación o la componente humanística de la ciencia, como actividades esenciales para la justa valoración de los científicos por la Sociedad.
Como presidente entrante quiero mostrar mi agradecimiento a todos los socios por vuestro apoyo a la renovación en mayo de este año del Consejo Rector y de los Estatutos de la AEC, muy especialmente a los asistentes a la Asamblea General Extraordinaria y a los que remitisteis vuestro voto telemático.
Quiero agradecer al anterior presidente, Enrique de la Rosa, su magnífica gestión al frente de la AEC en momentos muy complejos. Asimismo, deseo mostrar mi gratitud al secretario general Enrique Ruiz Ayúcar por su excelente disposición y a los demás miembros del Consejo Rector. Doy la bienvenida a Pilar Sánchez Testillano y Francisco Pardo Fabregat, nuevas incorporaciones al órgano de dirección de la AEC. Muchas gracias por aceptar formar parte de este nuevo equipo.
Mi más sincero agradecimiento al Rector de la UMH, Juan José Ruíz, a su Consejo de Dirección, y al director del Departamento de Agroquímica y Medio Ambiente, Ignacio Gómez, por acoger la sede de la AEC en las instalaciones de la UMH. También quiero reconocer la labor de Cristina Todolí, Begoña García y Concha Andújar por cuidar con tanto esmero todos los detalles, gracias por vuestra profesionalidad y generosidad.
En diciembre de 2019, hace casi dos años, se anunciaron en China los primeros casos de infección por el virus SARS-CoV-2. Desde ese momento, y hasta la fecha en que redacté este discurso, más de 219 millones de personas se han infectado y el número de fallecimientos supera los 4,5 millones en todo el mundo, según datos de la John Hopkins University.
Algunos de nosotros hemos sufrido pérdidas de familiares, seres queridos, amigos y compañeros. Al drama sanitario y humano hay que añadir el económico y laboral. Tan sólo unas pocas semanas después de los primeros casos, se pudo conocer la naturaleza exacta de la amenaza a través de la secuenciación genómica del nuevo virus. Desde entonces, científicas y científicos en todo el mundo trabajan para identificar y desarrollar tratamientos, herramientas de diagnóstico y vacunas eficaces. Los modelos y algoritmos matemáticos epidemiológicos aportan datos para predecir el comportamiento de la infección. Un trabajo frenético que está permitiendo mitigar en parte los impactos de la crisis sanitaria y salvar vidas.
Comparto las palabras de S.M. el Rey en el acto de entrega de los premios Princesa de Asturias 2021. «La ciencia nos ofreció una de las mayores alegrías con la creación de las vacunas contra la COVID-19. Un acontecimiento histórico que reconocemos con el Premio de Investigación Científica y Técnica a los siete científicos que han liderado las investigaciones y el desarrollo de estas vacunas». Ahora más que nunca queda en evidencia que «sin ciencia la humanidad no tiene futuro».
La ciencia española demostró su rápida reacción una vez se pudo reanudar la presencialidad en los laboratorios, arrancando de forma casi inmediata iniciativas basadas en sus capacidades de investigación.
Reacción que ha generado soluciones que demuestra el fuerte compromiso del personal investigador con los problemas sociales. La investigación es, sin duda, una actividad esencial. ¿Alguien lo dudaba?
La crisis sanitaria deja tras de sí una certeza. La investigación científica es la única alternativa capaz de proporcionar una respuesta global al desafío y mitigar, aunque sólo sea parcialmente, sus efectos. También que la gestión del conocimiento es clave para reactivar la actividad económica y la creación de empleo.
Sin embargo, algo que no suele producirse es que los resultados prometedores se obtengan de modo inmediato. El vertiginoso avance conseguido en los últimos meses en la lucha contra la epidemia no habría sido posible sin el trabajo riguroso y la perseverancia de investigadores e investigadoras durante décadas.
En 1972, solo un año después del nacimiento de la AEC, se logró la secuenciación del primer gen. Un paso necesario en la carrera científica que, en 2020, ha permitido identificar la amenaza en un tiempo récord. Y no, no existen atajos, no se dejen engañar. La única opción viable para acelerar la investigación es la inversión continuada en los recursos humanos y materiales. España debe aumentar su porcentaje de gasto en actividades de I+D sobre el PIB y, al menos, recuperar en un corto plazo el diferencial negativo respecto a la media de la Unión Europea. Sin duda, es un objetivo extremadamente modesto si se compara con la inversión de los países más avanzados del mundo.
Cada año vemos con resignación cómo las diferentes administraciones que toman responsabilidades en el ámbito de la I+D+i adoptan nuevas medidas para tratar de salvar los obstáculos con los que convivimos, y que responden a la falta de medios materiales y humanos, pero también a las condiciones asfixiantes en las que instituciones y científicos debemos desarrollar nuestro trabajo cotidiano. Con todo ello, es posible que la complejidad y burocracia con la que convivimos actualmente no tenga en España ningún precedente histórico.
Hemos recibido con entusiasmo nuevas medidas impulsadas por nuestras Administraciones estatales y autonómicas, como el reconocimiento a la transferencia, o nuevas líneas de actuación de la Agencia Estatal de Investigación, entre otras. Pero una vez más nos enfrentamos al riesgo de que estos incentivos puedan fracasar si no los dotamos de agilidad y eficacia.
Estamos viviendo un momento sin precedentes y aprovechando la oportunidad de este acto, quiero evidenciar en esta intervención tres aspectos que considero esenciales. El primero de ellos es que estamos siendo testigos de cómo el mundo necesita estar en la frontera del conocimiento para resolver los grandes problemas de la humanidad.
Sin embargo, la ciencia no se improvisa, sino que es el resultado del esfuerzo continuado y acumulado en el tiempo, de la búsqueda constante de respuestas. En segundo lugar, estamos comprobando, en esta época de crisis cómo la comunidad científica es capaz de ofrecer respuestas a los retos más acuciantes cuando le brindan oportunidades. Y en tercer lugar, debe aumentar notoriamente el porcentaje de la población ocupada en actividades de I+D con estabilidad laboral. Solo los países como el nuestro, que cuentan con científicos y científicas responsables tienen un futuro prometedor, pero necesitan carreras investigadoras atractivas que hagan viable su consolidación. Necesitamos alcanzar ya ese «pacto por la ciencia» que cuente con el consenso de toda la sociedad. Sin esa unidad, los resultados serán más pobres y las metas cada vez más lejanas.
Una lección que hemos aprendido es que necesitamos del trabajo de los científicos para poder responder mejor y más rápido a las futuras amenazas. Entre ellas, sin duda, el calentamiento global o cambio climático, la pérdida de biodiversidad o las cada vez más frecuentes catástrofes naturales o fenómenos extremos. Desde la AEC queremos evidenciar nuestra solidaridad con los damnificados por la erupción volcánica en la isla de La Palma, que han visto golpeadas sus vidas de una manera dramática.
Un año más la AEC distingue a un reducido número de investigadores e investigadoras españoles de relevancia internacional de entre los muchos recursos humanos de investigación que, sin duda, lo merecen por dar algunas respuestas a la necesidad que tienen los individuos de la especie humana de comprender el mundo y comprenderse a sí mismos.
Todos los galardonados, aunque proceden de disciplinas distintas, tienen en común su obsesión por conocer cómo es y cómo funciona la naturaleza, y por enfocar esta curiosidad que los atrae y dinamiza en resolver cuestiones de gran relevancia científica.
Nombraré a continuación por orden de intervención a los galardonados de esta 23ª edición en la categoría de científicas y científicos destacados. En primer lugar, citaré a la investigadora del CSIC, Margarita del Val Latorre, premiada por sus investigaciones de relevancia internacional en el campo de la virología y la inmunología, lo que le han permitido ser un referente de comunicación científica rigurosa, accesible a toda la sociedad, durante la terrible pandemia de la COVID-19.
En segundo lugar, al profesor de la UMH, José Ángel Pérez Álvarez, galardonado por sus contribuciones de alto impacto en ciencia y tecnología de los alimentos, siendo un referente mundial en su ámbito de conocimiento.
El tercer galardonado es el profesor de la Universidad de Málaga, Fernando Pliego Alfaro, por sus relevantes aportaciones a la biotecnología de plantas de interés agroalimentario.
Y concluyo mencionando al profesor de la Universidad Complutense de Madrid, José Manuel Bautista (Chema), premiado por sus investigaciones en el campo de la biología y la biomedicina, así como por su iniciativa de poner el talento y las infraestructuras de investigación de su universidad al servicio del sistema público de salud.
Un año más, reconocemos también la labor de la divulgación científica, pues la ciencia que no se cuenta, no cuenta, con la entrega de la Placa de Honor de la AEC 2021 al Museo Nacional de Ciencias Naturales del CSIC en sus 250 años de historia por transmitir los conocimientos que generan los investigadores a la sociedad a través de sus colecciones científicas y exposiciones que permiten explicar al público visitante cómo ha cambiado nuestro planeta y la enorme diversidad que ha albergado desde el origen de la vida hasta la actualidad.
Y, con especial afecto y gran admiración como investigador castellonense e ilicitano, quiero destacar el premio al Anuario y revista digital InfoRUVID, red que este año cumple su vigésimo aniversario, por su contribución a la difusión de la ciencia, la tecnología y la innovación realizada en las siete Universidades radicadas en la Comunitat Valenciana.
Mi más sentida y sincera felicitación a todos los galardonados por la AEC.
Tras la entrega de las seis Placas de Honor, clausura el acto el Sr. Rector Magnífico de la Universidad Complutense de Madrid, D. Joaquín Goyache Goñi, quien ha tenido, a pesar de su complicada agenda, la amabilidad de presidir este acto y acompañarnos en un día tan entrañable para nuestra sociedad en representación de su Universidad, pero también de todo el personal investigador de las universidades españolas, convertidas junto con el CSIC en organismos clave para la articulación de la investigación en todos los ámbitos de saber.
Reivindiquemos en esta modesta pero entrañable Gala de la Ciencia a nuestros científicos y científicas y a la Ciencia como potente arma de destrucción masiva contra el negacionismo y la mediocridad.
Les animo a disfrutar de esta velada. Muchas gracias por su asistencia.
«La ciencia ha sido y es la forma más importante de poder entender la realidad en la que vivimos».
«Con la llegada de la COVID-19, la palabra ciencia ha copado los informativos, tertulias y discursos de los políticos, y hemos sentido que, por fin, se ponía en valor nuestro trabajo».
Estimado Presidente de la Asociación Española de Científicos (AEC), galardonadas, galardonados, señoras y señores:
Como Rector de la Universidad Complutense de Madrid (UCM), es un honor clausurar este acto de distinción tan relevante, del que me enorgullece ser partícipe. Siendo veterinario y un apasionado de la investigación, me hace una especial ilusión participar en este acto, al sentirme plenamente identificado con la labor de las personas y entidades galardonadas.
La ciencia ha sido y es la forma más importante de poder entender la realidad en la que vivimos. Profesionales de distintas áreas, como las personas distinguidas hoy y sus proyectos, están, estoy seguro, en la línea de seguir dignificando la ciencia y el conocimiento.
Sea cual sea la disciplina en la que investiguen, las personas que hoy reciben la Placa de Honor AEC comparten varios atributos. Y es que cualquier persona dedicada a la investigación es alguien que se distingue por conocer los últimos adelantos en su área, que observa, que posee una actitud escéptica al desconfiar de las creencias comúnmente admitidas, que es valiente, que trabaja con método científico y que, finalmente, sabe colaborar y trabajar en equipo. Pero, sobre todo, es alguien que culmina todo con el fin último de su trabajo: divulgar y transferir sus hallazgos.
La ciencia no es algo neutral y no debe serlo. Su objetivo central, y por lo que es trascendental para el devenir humano, es encaminarse a mejorar nuestras condiciones de existencia.
Con la llegada de la COVID-19, la palabra ciencia ha copado los informativos, tertulias y discursos de los políticos, y hemos sentido que, por fin, se ponía en valor nuestro trabajo. La ciencia recuperaba protagonismo y realzaba su imagen positiva en la sociedad.
Pero, lamentablemente, también hemos visto como se la ha utilizado, e, incluso, maltratado. Y como suele ocurrir, se tiende a poner el foco solo en el sector científico que nos afecta en cada momento, ya sean las ciencias de la salud o la vulcanología, por poner solo unos ejemplos de actualidad.
Sabemos que tenemos que vivir con ello. Pero también hemos avanzado mucho. Propongo reflexionar un momento sobre esto. Si echamos la vista atrás, han transcurrido más de cuatro décadas desde la creación de esta Asociación. En este tiempo la tecnología, los laboratorios, las comunidades científicas y nuestra misma manera de aproximarnos al mundo han cambiado radicalmente.
En los últimos meses nos hemos adaptado y reinventado para seguir adelante en medio de una pandemia global, en la que la ciencia, en toda su extensión, ha sido la protagonista. Sus logros son los que nos han permitido mantener la actividad y regresar en tiempo récord a la vida más o menos de siempre.
Quiero hoy poner en valor la labor de AEC y su compromiso, contribuyendo activamente a dignificar y acentuar en nuestro país la importante labor que tiene la ciencia, en sus más diversas disciplinas.
Y, por supuesto, he de destacar la contribución del personal investigador al bienestar de las personas. Y por eso, como Rector de la UCM, quiero transmitiros el agradecimiento de la sociedad, el reconocimiento de nuestra institución y, también, el mío personal.
Os animo a continuar este esfuerzo con entusiasmo, sin caer en el desaliento, porque con vuestro conocimiento y vuestra reflexión incidís positivamente en nuestro entorno y en nuestras vidas.
Vale la pena creer que el mundo puede ser mejor si utilizamos convenientemente los recursos y las herramientas que tenemos disponibles para lograrlo. Estoy seguro de que la Asociación y sus miembros, y las personas, entidades y empresas que hoy reconocemos con la entrega de estas placas, seguiréis ese camino.
Mi más sincera consideración y enhorabuena por vuestro compromiso y logros a Margarita, José Ángel, Fernando, José Manuel, al Anuario y revista digital InfoRUVID y al Museo Nacional de Ciencias Naturales de Madrid, por el reconocimiento esta noche con la máxima distinción que entrega AEC.
Muchas gracias.
Joaquín Goyache Goñi.
Rector de la Universidad Complutense de Madrid.
Manuel M. Jordán Vidal.
Presidente de la AEC.